Revivir el primer amor | Relato

¿Quién no recuerda el primer amor? Aquella primera persona que le hizo sentir mariposas en el estómago, que tan solo con tomarlo de la mano podía poner en acción tantos nervios de su cuerpo y al mismo tiempo embobarlo sin capacidad de sincronizar palabras. A mis venteitantos no he tenido un gran historial de hombres, así que es fácil recordar aquella sensación. Pues, aunque no duró tanto mi relación con esa persona, uno guarda en la memoria momentos descabellados de la adolescencia. Asimismo la absurda casualidad de colegiala golpeó a esta edad, con la misma persona de mi pasado; es que una vez más, los azares de la vida estuvieron a favor del amor.

Había tomado un viaje con mis amigos, de los que se planean por meses con 25 personas en la lista, y acaban, en este caso, 9 pelagatos. Suficientes para poder revivir las pistas de baile. Tomamos de los cruceros que recorren Caribe, y después de 3 días a bordo, bajar a tierra firme no sonaba nada mal. La playa era pequeña, pero el puerto era enorme. Había 3 barcos anclados; así que, las inspecciones para poder ingresar tardaron un tanto y entre filas, me perdí de mi multitud. Pero no había problema, habíamos acordado vernos en el bar grande de la playa al atardecer para aprovechar unas horas juntos antes de volver al barco. Por lo tanto no apresuré mi paso y disfruté de la vista. Tampoco estaba ansiosa, como mis amigas, por comprar recuerdos que al fin y al cabo son similares a los de mi país natal con tan solo un cambio, el nombre de la isla.

Estaba con la vista perdida, sin punto fijo, solo caminando y pensando en banalidades. ¿Quién iría a pensar que un pequeño paro al corazón me daría pronto? Pues entre los tantos puntos que no percibían mis ojos, estaba él sonriendo a la distancia, sentado con dos amigos en una pequeña cabaña. Yo sonreí por cordialidad y apresuré mi paso con el único objetivo de borrarme de su vista por toda la tarde. Estaba por entrar a una tienda de recuerdos, rogando que ahí estuvieran mis amigas, cuando casi por teletransportación apareció frente a mí.

Estaba igual que como lo recuerdo, las redes sociales no lo hacían lucir. Podría decir que un poco mejor del adolescente que era, pues más masculinidad denotaba esa ligera barba. Él tan gigante como siempre, pues a comparación de mi metro sesenta todos lucen altos. Su cabello castaño con reflejos rubios naturales, y su piel blanca bronceada por el Caribe, parecía la tentación perfecta. A pesar de eso mi incomodidad era eterna, y tras saludarme con un “Hola, ¿cómo estás?”, quedé anonadada. Tal cual puberta insegura, me tomó tiempo volver en mí y le respondía “Hola, qué tal”. 

Era inútil explicarle quien era. Él, esta vez, me recordaba. Hace un año aproximadamente lo había vuelto a ver en un matrimonio de mi prima, quien era amiga de su entonces novia. Lo saludé pero parecía no recordarme. Ahora yo estaba un tanto más delgada, no con el cuerpo de 14 años, pero sí lo suficiente para querer salir a tragarme el mundo con mi sensualidad. Aun así, me minimicé, no sabía cómo actuar, y por qué justo ahora y aquí, él aparecía.

De ahí, me llamó “Lulu” como lo hacía cuando nos conocimos por primera vez,-  Lourdes tiene tantas alteraciones que ninguna resulta tierna ni grosera en este nivel de mi vida -. Me preguntó si me seguían diciendo así, y le dije que no, pero que me llamara como él quisiera. Pasamos toda la tarde hablando, le pregunté dónde trabajaba, si seguía jugando, y entre tantas cosas coqueteamos hasta decir basta. Todas las respuestas a las preguntas las sabía por las redes sociales, pero resultaba interesante escucharlas de sus propios labios. Sus amigos eran nuestros escoltas, a dos pasos atrás de nosotros, y yo ahí expuesta sin amigos que pudieran protegerme.

¿Qué podía hacer, la tentación jugó a mi favor? Y entre el bello atardecer y la poca ropa que obligaba el clima, nos besamos. No sólo una vez, sino una y otra vez. Me preguntaba si debía llevarlo esa noche a encontrarnos con mis amigos. ¿Cómo les introduciría la situación? Me pierdo toda la tarde, y de repente, aparezco agarrada de la mano con un hombre. Obviamente algunas de mis amigas lo recordarían, pero igual no era excusa. 

Había perdido musculatura de lo que recordaba de él, pero seguía teniendo un tonificado cuerpo. Lo único que pensaba era qué sería estar con él en un modo más íntimo. Ya no era una chiquilla estúpida que sólo veía a los hombres como padres de mis hijos, cómo sería nuestra boda y si le agradaría a mi suegra. Me fijaba en sus piernas y en sus brazos, y en lo ideal que sería bailar pegaditos en ese bar donde me encontraría con mis amigos.

Pues lo llevé al encuentro, y no fue tan incómodo como lo pensé. Claro pues, me comporté como la digna damita que soy frente a mis amigos. Y no lo besé hasta que estuviera segura que mis amigos estaban lo suficientemente ebrios para no recordarlo. Bailamos y dimos vueltas a la luz de la luna, tal como se graban las escenas de película donde se cuenta un amor de verano. Y con un suspiro profundo, la fantasía se fue.

Miré alrededor y fue inevitable pensar a mis amigos que son parejas. Tanto tiempo juntos y verlos tomar un viaje. No sólo sucumben al deseo del cuerpo y las sensaciones, comparten metas y propósitos.  Viven de un recuerdo sí, pero refuerzan el amor día a día. Este había sido un amor de verano, tal como lo fue en sus inicios. Lo malo es que yo ya no busco amores de verano, hasta ahí puede sucumbir mis deseos físicos. Recordé que hubo historias que no hablamos, como que tiene un hijo, qué pasó con la madre, cuál es su situación política y su vida ocupada que no deja espacio más que para unos besos en la playa una vez al año. Es mucho por digerir en una sola noche.

Me escabullí entre mis amigas y multitud sin una merecida despedida. Sólo decidí dejarlo ir. Esa noche dormí con el alma tranquila, pues ya no era una chiquilla que se vendía por mariposas en el estómago. Aún tengo su número registrado en mi celular, pero después de ese día no he vuelto a estar en contacto con él. Las redes sociales aún me cuentan de sus importantes reuniones, las mismas que a mi temprana edad fueron excusas para separarse de mí, y de las fotos de cumpleaños de su hijos, donde el rostro de la madre del niño relata su propia historia.  

Este relato es ficción. Nunca viví lo descrito, fue una conspiración de la mente y la fantasía. Espero que lo hayan disfrutado.

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